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martes, 24 de octubre de 2017
jueves, 19 de octubre de 2017
jueves, 12 de octubre de 2017
COMENTARIO 2
La mayoría de las personas con una dimensión pública, sobre todo políticos en campaña (pero no sólo),
tratan de ser simpáticos y agradables por encima de todo. Sonríen forzadamente, procuran tener buenas
palabras para todo el mundo, incluidos sus contrincantes y aquellos a quienes detestan; estrechan manos,
acarician a los desheredados y a los niños, se prestan a hacer el imbécil en televisión y no osan rechazar
un solo gorro o sombrero ridículos que les tienda alguien para vejarlos; intentan parecer “normales” y
“buena gente”, uno como los demás, y su idea de eso es jugar al futbolín, berrear en público con una
guitarra, tomarse unas cervezas o bailotear. Supongo que están en lo cierto, y que a las masas les caen
bien esos gestos, o si no no serían una constante desde hace décadas, en casi todos los países conocidos.
Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones de campechanía y “naturalidad”, que las
más de las veces resultan todo menos naturales. Y la contradicción es esta: un número gigantesco de los
tuits y mensajes que se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto. Comentarios bordes o
insolentes, críticas despiadadas a lo que se tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de
que se muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera –famoso o no– que haya dicho o hecho
algo susceptible de irritar a los vigilantes del ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Millones de individuos no profesan la menor simpatía a la tolerancia y la comprensión. Eso indica que hay
millones de individuos que no profesan la menor simpatía a la simpatía, ni a los buenos sentimientos, ni a
la tolerancia ni a la comprensión. Millones con mala uva, iracundos, frustrados, resentidos, en perpetua
guerra con el universo. Millones de indignados con causa o sin ella, de sujetos belicosos a los que todo
parece abominable y fatal por sistema: lo mismo execrarán a una cantante que a un torero, a un futbolista
que a un escritor, a una estudiante desconocida objeto de su furia que al Presidente de la nación, tanto
da. Cierto que la inmensa mayoría de estos airados vocacionales sueltan sus venenos o burradas sin dar la
cara, anónima o pseudónimanente, lo cual es de una gran comodidad. Su indudable existencia explica tal
vez, sin embargo, el “incomprensible” éxito que de vez en cuando tiene la antipatía, cuando alguien se decide a encarnarla.
tratan de ser simpáticos y agradables por encima de todo. Sonríen forzadamente, procuran tener buenas
palabras para todo el mundo, incluidos sus contrincantes y aquellos a quienes detestan; estrechan manos,
acarician a los desheredados y a los niños, se prestan a hacer el imbécil en televisión y no osan rechazar
un solo gorro o sombrero ridículos que les tienda alguien para vejarlos; intentan parecer “normales” y
“buena gente”, uno como los demás, y su idea de eso es jugar al futbolín, berrear en público con una
guitarra, tomarse unas cervezas o bailotear. Supongo que están en lo cierto, y que a las masas les caen
bien esos gestos, o si no no serían una constante desde hace décadas, en casi todos los países conocidos.
Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones de campechanía y “naturalidad”, que las
más de las veces resultan todo menos naturales. Y la contradicción es esta: un número gigantesco de los
tuits y mensajes que se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto. Comentarios bordes o
insolentes, críticas despiadadas a lo que se tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de
que se muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera –famoso o no– que haya dicho o hecho
algo susceptible de irritar a los vigilantes del ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Millones de individuos no profesan la menor simpatía a la tolerancia y la comprensión. Eso indica que hay
millones de individuos que no profesan la menor simpatía a la simpatía, ni a los buenos sentimientos, ni a
la tolerancia ni a la comprensión. Millones con mala uva, iracundos, frustrados, resentidos, en perpetua
guerra con el universo. Millones de indignados con causa o sin ella, de sujetos belicosos a los que todo
parece abominable y fatal por sistema: lo mismo execrarán a una cantante que a un torero, a un futbolista
que a un escritor, a una estudiante desconocida objeto de su furia que al Presidente de la nación, tanto
da. Cierto que la inmensa mayoría de estos airados vocacionales sueltan sus venenos o burradas sin dar la
cara, anónima o pseudónimanente, lo cual es de una gran comodidad. Su indudable existencia explica tal
vez, sin embargo, el “incomprensible” éxito que de vez en cuando tiene la antipatía, cuando alguien se decide a encarnarla.
lunes, 2 de octubre de 2017
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